
El Trastorno Límite de Personalidad (TLP) es una condición emocional que se caracteriza por una gran intensidad en las emociones, inestabilidad en las relaciones y una profunda dificultad para regular lo que se siente. Quienes lo viven suelen experimentar miedo al abandono, relaciones muy intensas pero inestables y una sensación constante de estar desbordados por dentro.
Sentir demasiado no es lo mismo que ser débil
En las personas con TLP, lo emocional no solo se siente… se atraviesa. A veces no se nota desde fuera, pero por dentro hay una lucha constante por encontrar equilibrio. Se estima que entre el 1% y el 2% de la población general padece este trastorno, aunque en contextos clínicos el porcentaje es más alto. Muchas veces no se diagnostica a tiempo, y quienes lo viven pueden sentirse incomprendidos, etiquetados o incluso culpables por su forma de sentir.
El transporte emocional: el dolor de cargar con lo de otros
Una parte muy invisible del Trastorno Límite de Personalidad es el transporte emocional: la sensación de cargar con emociones que no son tuyas: Estás con alguien triste y tú empiezas a sentir una pena profunda. Alguien se muestra ansioso, y tu cuerpo se acelera como si vivieras su ansiedad. A veces no sabes por qué estás mal… hasta que te das cuenta de que no es tu malestar: es el de otro que se ha quedado dentro.
Esto ocurre porque en el TLP, las fronteras emocionales son muy finas. El sistema emocional está como en «carne viva», sin los filtros que ayudan a distinguir entre lo propio y lo ajeno. Es una sensibilidad que, aunque tiene su belleza, también puede convertirse en una carga si no se comprende ni se regula.
¿Cómo se manifiesta el TLP?
Algunas señales frecuentes que pueden aparecer en quienes viven con este diagnóstico son:
Confusión emocional («no sé si esto es mío o del otro»)
Desgaste mental y físico
Dificultades para poner límites
Sentimiento constante de saturación emocional
- Relaciones muy intensas y dificultad para mantener vínculos estables
El camino de vuelta a ti
Tener TLP no significa ser débil ni incapaz de tener relaciones sanas. Significa que se sienten las cosas con mucha intensidad, y eso puede ser una gran fortaleza si se aprende a canalizar. Con el acompañamiento adecuado, es posible construir vínculos seguros, entender los propios límites y cultivar una autoestima sólida.
Lo importante no es dejar de sentir, sino aprender a gestionar lo que se siente sin desconectarse de uno mismo. Porque cuando te entiendes, también puedes empezar a sanar.
En terapia, esto se trabaja poco a poco, aprendiendo a poner límites internos, reconociendo el derecho a sentir sin absorber, y desarrollando recursos para protegerse sin desconectarse.
Porque no, no tienes que dejar de ser sensible. No tienes que endurecerte ni cerrarte. Solo necesitas aprender a proteger tu centro. A distinguir. A soltar lo que no es tuyo.
Tu sensibilidad no es un error. Es una parte tuya que bien cuidada, puede transformarse en una fortaleza.
Si quieres saber más sobre este diagnóstico desde un enfoque clínico, la Asociación Americana de Psicología ofrece una explicación detallada y accesible sobre los trastornos de personalidad.
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